martes, 12 de abril de 2016

Día del Niño Peruano

UNA HISTORIA ANTIGUA
Prof. Orlando Granda
Hace muchos años llegó a mis oídos una historia oral del antiguo Perú. Quedé deslumbrado. Era un relato del pueblo mochica, los protagonistas eran dos niños que, a pesar de los graves problemas por los que atravesaba su pueblo, jugaban. Y jugando es que encuentran la solución al problema. Cada vez que lo cuento a mis alumnos, en sus ojos veo el disfrute de oír una historia tan llena de gracia y de una sabiduría popular que no tiene pierde. He querido recordar esta historia y la he escrito como una forma de celebrar el Día del Niño Peruano. Espero que les guste, aquí va la historia.
LA IGUANA Y LA LUNA
Hace muchos años, pero muchos años, en la costa norte del Perú, cuando el Perú no se llamaba así, existió un pueblo laborioso que construyó en medio del desierto enormes pirámides con barro. Los mochicas, que ese es el nombre de este pueblo trabajador y creativo, eran magníficos agricultores pues convirtieron grandes extensiones de desierto en tierra cultivable, y también eran magníficos ceramistas, orfebres y tejedores.
Los mochicas tuvieron muchos dioses, pero la  divinidad a la que más adoraban era la Luna, a quien llamaban Si y era considerada más poderosa que el Sol.
Sucedió que un día amaneció como nunca, el cielo estaba limpio, tan limpio que ni un brochazo de nube adornaba el firmamento.  Solo el Sol esplendoroso brindaba su luz y su calor. Y así pasaban los días, pero todos los días eran iguales. Ni una nube en el cielo, solamente el poderoso Sol castigando con sus rayos que caían como metal derretido.
Durante mucho tiempo dejó de llover. La sequía ya empezaba a apoderarse de las tierras de cultivo y amenazaba de muerte a todos los seres vivos: muchos árboles se secaban, algunos animales abandonaban el territorio en busca de mejores tierras. La misma gente pensaba que también tendría que hacer lo mismo si es que no quería morir, pero la pena de abandonar sus humildes casas, sus magníficos templos y sus tierras demoraba la marcha.
Como ya no había casi qué comer y beber, el sacerdote imploraba desde una pirámide a la Luna el regreso de las nubes y con ellas las lluvias. Nada. Hizo sacrificios de animales, incluso de prisioneros, para que el corazón de la Luna se apiade de sus hijos. En vano. La Luna estaba sorda a los pedidos de su pueblo.
Cuando ya todo parecía perdido, sucedió algo sorprendente. Dos niños del sufrido pueblo mochica jugaban, jugaban despreocupados como lo hacen los niños de cualquier tiempo o lugar. 
Cada uno de ellos contaba sus frijoles de colores para ver cuál de los dos tenía más… de pronto, algo distrajo su atención, era una iguana verde que descansaba sobre un tronco seco de algarrobo. Los niños se olvidaron de los frijoles de colores, se olvidaron de la competencia, se olvidaron de todo y empezaron a perseguir al asustado animalito.
Tan entusiasmados estaban los niños por atrapar a la iguana, que no se dieron cuenta que se alejaban del pueblo. Y corrían, corrían detrás de la iguana. Esta para escapar de sus perseguidores se metió a un hueco que había en la tierra. Inmediatamente los niños empezaron a cavar con sus manos, se ayudaron con piedras, con ramas secas, con lo que hallaron para agrandar el hueco y sacar al reptil. Pero no lo encontraron.
Entonces sucedió que los niños descubrieron que la tierra del fondo del hueco estaba húmeda. Emocionados llamaron a gritos a la gente del pueblo. Pero nadie podía escucharlos porque estaban algo alejados, así que uno de ellos tuvo que regresar y avisar del hallazgo a los mayores.
Cuando los mayores recibieron la noticia del hallazgo, no lo podían creer, en realidad no lo querían creer porque pensaban que solo era un juego de niños, pero tanta fue la insistencia del niño que decidieron acompañarlo hasta el lugar con algunas herramientas.
Al constatar, que efectivamente, al fondo del hueco había tierra húmeda, cavaron y cavaron hasta que sorpresivamente salió, como si fuera una pequeña palmera, un chorro de agua. Tanta agua había que el sediento pueblo mochica pudo saciar su sed, regar sus casi abandonadas chacras y sembrar de nuevo. Ése fue un día de fiesta inolvidable.
Al día siguiente, como un acto de justicia, los mochicas hicieron una estatua de la iguana con el mismo barro del pozo. Una vez hecha la imagen, la llevaron a la pirámide donde estaba el altar de la Luna.  Sacaron la escultura de la diosa Luna, que no les había ayudado durante la sequía, y en su lugar colocaron el de la iguana que les había salvado la vida y a la que llamaron Fur. 

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